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Vivir para siempre


Vivir para siempre es una de esas cosas que no suceden. Los titanes, que están por aquí en el planeta tierra, andan así con esa condición debajo del brazo, mortales todos los días.

Eso vale para las ideologías, para las instituciones, para la gente e incluso para Fedal.


Fedal es el nombre que se le dio a esta dupla en los medios, una palabra que los amasija y funde en una especie de unidad.

Ellos en realidad son dos personas, lo sabemos porque lo podemos ver, es indiscutible. Pero Fedal es otra cosa.


¿Qué sería esa cosa?

¿Fedal sería una emoción? La que surge y se precipita en quienes les vemos allí en la cancha definiendo como hombres, ganando como dioses.

A mí se me ocurre eso.

Y pienso en algo más.

En el adiós.


Federer se fue del territorio del tenis de alta competencia, un lugar ocupado por semejantes a él. Y cuando esto ocurre, su partida, allí se llora. Lloran los hombres. Desconsolados.

La tristeza, el dolor que causa, los atornilla a las sillas, a los tenis que calzan, a los hombros del otro y también a las manos.

Y esa imagen, y esa idea conmueve, estremece.

La verdad toca la puerta no con la mano, es con el cuerpo entero que se abalanza, se arroja con toda su espesura y magnitud.

La instantánea puede sugerir, entre todas las ideas que se avivan en las mentes de este planeta que tuvieron acceso a esta foto, cualquier cosa. Y está muy bien que sea así.

A mí en particular me habla del tiempo que no vuelve, de lo perdido, de lo chiquito que quedamos, como unos críos. Del tiempo que pasa y nosotros con él.


Lo humano, una experiencia terrenal


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