Eran los días de la cuarentena.
Una tarde al mes recorríamos algunas cuadras hasta la consulta de la odontóloga. Lo hacíamos con los tapabocas, el alcohol. Uno al lado del otro, tomados de las manos. Y otras en trencito, también con los dedos anudados.
Dos niñitos recibían cariñosamente instrucciones, hacer más amigable el metal que ocuparía por largo tiempo sus engolosinadas bocas. Ese antiguo intento de domesticar las fuerzas inevitables de eso que con brío y todo vigor empuja desde adentro, recordándonos que una vez no eran 2 sino 4 las patas.
En este edificio queda la consulta, una belleza de edificio. No había reconocido en mí este efecto hasta que correteando a los chicos por el pasillo llegamos a la escalera de emergencia.
¡Qué lugar!
Así, con la mirada entreabierta se podía ver con claridad la autopista, las luces del estadio, esa masa de edificios y árboles de mí Alma Mater, la UCV. Las curvas y las rectas, haciendo cosas tan difíciles con la luz. Vencer la sombra.
Tomé está foto hace algo más de un año en el Centro Comercial Bello Monte.
Caracas, Venezuela.
Obra de BFG Arquitectos: Moises Benacerraf, Manuel Fuentes y Carlos Gómez de Llarena. Caracas, 1971.
Texto libre a partir de una fotografía de mi autoría tomada en los días de la cuarentena. Se trata de una escalera de emergencia como punto de partida para recordar lugares interesantes y valiosos de la ciudad de Caracas. El tono del escrito entraña cierta nostalgia, nuestra ciudad por problemas muy complejos se encuentra menos habitada. Se habla de 8 mm de emigrantes, venezolanos en el mundo que se subieron a las escaleras de emergencia que podían.
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