Esta semana les traigo una serie de fotografías que suelen atrapar mi atención. Me detengo a verlas, sus gestos, composición, textura. Es increíble que una imagen invoque tantos sentimientos, emociones e inquietudes. Son niños retratados por fotógrafos que dejaron en su legado un testimonio, el tiempo habla a través de sus fotografías con total convicción. El autor de esta composición es Alfred Eisenstaedt, no conseguí la fecha lamentablemente. Es posible que se trate de un día entre 1.960 y 1.970. Una mujer acompaña a una pequeña nena al mar, la sostiene de la mano. El mar las recibe a ambas, las saluda con sus olas. Sus vestidos destilan agua salada. Quizás sea la abuela, una tía, qué importa. Puede ser su primer baño en esa masa inesperada, encantadora, agitada. Es posible que estén en silencio. O no. Pueden estar conversando ampliamente sobre peces y piedritas. O sobre lo que no se puede ver: la profundidad desconocida, los monstruos marinos, los piratas con patas de palo. Mientras, las manos siguen allí. Sorteando toda salpicadura. El latigazo de ciertas gotas, el remolino de las olas que no aprendieron a dar paso, se llevan los pies. El resto del cuerpo. Y no hay peligro. Las manos juntas, cálidas, calzadas. La nena llevará esa huella, el cuido de su abuela, de su tía, de su nana. Se hará molécula, se hará letra, se hará piel. Es la experiencia, es el vínculo lo que asigna sentido. La forma en que acompañamos a nuestros niños refieren a la propia historia, la del cuidador pero también a protectores de mayor alcance: la historia familiar, la escuela, la vecindad, la ley y otros más. Si está necesitando apoyo, no dude en procurárselo. La incomodidad, la frustración, trae información valiosa. Domesticar la incomodidad con premios o culpa no inhibe la repetición, todo lo contrario.