Cada día que pasó y pasa, se marchan con lo que llevó tiempo y esfuerzo forjar: una cotidianidad.
Nada más y nada menos que el resultado de muchísimos días y muchísimas estrategias, no era perfecto pero allí cabía lo necesario para atender las necesidades individuales, familiares, laborales, académicas. Una construcción que respondía incluso con flexibilidad a lo inesperado. A más de un mes de cuarentena, de confinamiento, quedó fuera de casa esa vida. Es del orden del pasado. Esa es, aun hoy, una dolorosa renuncia. Y con cada renuncia y una elección se aleja la cotidianidad conocida y se reinventan los nuevos itinerarios. Y esta experiencia deja en la subjetividad su huella. Parte de esta experiencia es la de sentirse asustado, miedo a fallecer en el intento. Esa sensación de perder lo valioso. Y luego la sensación de sentirse atacado: por el vecino, por la escuela, por los gobernantes, por las carencias. Y es que en realidad el confinamiento y la amenaza de enfermar nos pone en una acera incómoda: la del peligro. Pero si usted está bien resguardado, con alimentos y acceso a la educación, recreación y cultura lo pendiente será maternarse con gentileza y tolerancia. El tiempo sobrará, podrá ponerse al día e incluso tiene la oportunidad de inventar un nuevo itinerario. Para ello bastará las dosis necesarias de distensión y organización. Desde esta perspectiva, hacerse de una rica dieta de pausas y experiencias puede hacer la diferencia; cada una de ellas escribirá nuestro sentido, una identidad.
Picasso by Robert Doisneau